Dra. Irmarie Cruz Montijo
Psicóloga Industrial Organizacional
(Este artículo fue publicado en el volumen 16 de nuestra revista Educación Siglo 21)
El presente artículo pretende reflexionar sobre la importancia de la intervención y el apoyo conductual positivo como una herramienta para el éxito escolar en todos los niveles. El apoyo conductual positivo une dos vertientes: una teórica y otra técnica. En la teórica se agrupan las ideas referidas a la cultura, los valores, los derechos y la ética de los sistemas dirigidos al mundo de las personas. Sin embargo, la vertiente técnica implica creencias, visiones, estilos y formas de trabajar. Por tanto, el apoyo conductual positivo constituye el uso de apoyos técnicos con un compromiso teórico positivo.
Los niños con problemas de conducta nos plantean retos tan importantes que los procedimientos tradicionales de intervención conductual no son, por lo general, capaces de resolver. Las razones de la ineficacia de los métodos tradicionales son variadas, pero la causa fundamental del fracaso de algunos métodos de modificación de conducta tradicional es no tomar en cuenta quién es la persona, cuál es el contexto social donde tiene lugar el problema de conducta, y cuál es la función o propósito de la conducta problemática. Es por esto la importancia de enfatizar en procesos de modificación conductual eficaces que puedan desarrollarse de forma asertiva, involucrando las necesidades de cada uno de los individuos que participan del proceso. El mayor reto es lograr que todos formemos parte de esa transformación.
El término apoyo conductual positivo es un planteamiento basado en el respeto de los valores de la persona y en la derivación eficaz de hipótesis funcionales sobre el comportamiento problemático. Este permite a los profesionales:
- afrontar el reto de proveer apoyo en cualquier contexto donde se desenvuelva habitualmente el individuo;
- mejorar la capacidad de los ámbitos, las instituciones, la familia, y de la comunidad, a la hora de diseñar contextos efectivos;
- incrementar el ajuste o la conexión entre la investigación y la aplicación, así como con los ambientes en los cuales se lleva a cabo la enseñanza y el aprendizaje.
De esta forma, el apoyo conductual positivo ha sido definido como un amplio rango de estrategias sistematizadas e individualizadas para el logro de resultados sociales y de aprendizaje importantes previniendo, al mismo tiempo, los problemas conductuales con todos los alumnos (Sugai, et al., 2000).
El origen del desarrollo del término apoyo conductual positivo está conceptualmente fundado en una ciencia del comportamiento humano que tiene sus orígenes en el trabajo teorético y empírico de psicólogos conductistas como B. F. Skinner y Fred Keller, y que, posteriormente, evolucionó a una ciencia aplicada llamada análisis del comportamiento aplicado (Baer, Wolf, y Risley1968). Según Skinner (1974), un refuerzo es un tipo de consecuencia que ayuda a aumentar la posibilidad de que una conducta ocurra y se repita. Skinner distingue dos tipos de refuerzos: el refuerzo positivo y el negativo. En este artículo, profundizaremos en el positivo, que consiste en que el alumno incrementa las actuaciones y conductas correctas esperando llegar a alcanzar los incentivos que desea. En la década de los 1990, el apoyo conductual positivo fue aplicado a poblaciones y ambientes más amplios, particularmente con estudiantes más funcionales en las escuelas públicas (Horner, Albin, Sprague, y Todd, 1999).
La implementación de modelos de intervención de apoyo de conductas positivas en las escuelas debe considerar como base principal tres grandes temas medulares de la psicología positiva: la felicidad, la amabilidad y el optimismo. Los seres humanos somos condicionados a procesos y conductas. Desde este enfoque si le enseñamos a nuestros niños valores, respeto y a amarse a sí mismos, tendríamos menos conductas disfuncionales desde la perspectiva social y grupal.
Al enfatizar los valores sociales, el apoyo conductual positivo aumenta el significado y la efectividad de una intervención dentro de la cultura social del individuo para quien la intervención fue diseñada. Se consideran tres aspectos de la intervención. Primero, se le da igual importancia a todos los medios en que se espera que el individuo tenga éxito; esto es, dónde vive, a la escuela que asiste, dónde trabaja, en su familia, y en su comunidad. Segundo, se realiza la manipulación de las intervenciones de manera formal y sistemática con el fin de aumentar la probabilidad de obtener respuestas generalizadas y duraderas en múltiples ambientes y condiciones. Tercero, se desarrollan intervenciones abarcadoras para asegurar la máxima consideración y éxito en las actividades cotidianas de nuestros niños.
La revisión de literatura e informes de investigaciones también sugieren claramente que existe una mejor respuesta al establecer apoyos conductuales positivos, efectivos, eficientes, y relevantes para el apoyo de todos los alumnos mediante: (a) la prevención del desarrollo y frecuencia de problemas conductuales; (b) la promoción de la enseñanza de expectativas y comportamientos positivos al nivel escolar; y, (c) el mejoramiento de las oportunidades de participación y el logro académico. Aún más, dichos sistemas mejoran la implementación y la efectividad de intervenciones intensas e individualizadas (ej,, enseñanza de destrezas sociales específicas, apoyos funcionales al comportamiento) para estudiantes que presentan las conductas más problemáticas.
Sin duda, la ciencia no es neutra y de alguna forma o en algún momento, como sucede a la hora de su aplicación, precisa valores que desempeñan un papel central. El apoyo conductual positivo defiende este papel, por tanto, su teoría no debe ser un simple añadido, más o menos formal. Al contrario, debe ser una suma a la comprensión racional del mundo social que nos rodea y a la posibilidad de acomodarlo a nuestra vida. De esta manera, la principal función de la teoría del apoyo conductual positivo podría ser la de añadir valor a la vida. Los valores actúan a través de un proceso de culturización que, a fuerza de aceptarlos y difundirlos, acaban convirtiéndose en un estilo de vida. Así mismo, se crean ambientes y climas escolares caracterizados por tener una visión compartida o un método de apoyo conductual, un lenguaje de comunicación efectivo y común entre educadores, y un ritmo o rutina predecible y eficiente para manejar el proceso de la enseñanza y el aprendizaje, en todos los niveles. De la misma forma, aporta a desarrollar gestores de cambio en nuestro país.
Referencias:
Baer, D. M., Wolf, M. M., & Risley, T. R. (1968). Some current dimensions of applied behavior analysis. Journal of Applied Behavior Analysis, 1968, 1, 91-97.
Horner, R. H., Albin, R. W., Sprague, J. R., & Todd, A. W. (1999). Positive Behavior Support. In M. E. Snell & F. Brown (Eds.), Instruction of students with severe disabilities (5th ed. pp. 207-243). Upper Saddle River, NJ: Merrill/PrenticeHall.
Skinner, B. F. (1974). About behaviorism. New York: Alfred A. Knopf.
Sugai, G., Horner, R. H., Dunlap, G., Hieneman, M., Lewis, T. J., Nelson, C. M., Scott,
T., Liaupsin, C., Sailor, W., Turnbull, A. P., Turnbull III, H. R., Wickham, D.,
Wilcox, B., and Ruef, M. (2000). Applying positive behavior support and functional behavioral assessment in schools. Journal of Positive Behavior Interventions, 2, 131-143.
Vázquez, C. (2013). La psicología positiva y sus enemigos: Una réplica en base a la videncia científica. Papeles del Psicólogo, 34 (2), 91-115.